martes, 2 de diciembre de 2008

Bodega Otazu





La semana pasada visité la Bodega Otazu, en Etxauri, Navarra. Hasta entonces sólo había estado una vez en una bodega. Fue en Jerez, por lo que tanto la estructura de la misma como el tipo de vino distanciaba mucho de ésta.

Me doy cuenta de que voy a convertirme en experto en este tipo de ‘excursiones’, porque también conocí la fábrica de Carlsberg, en Copenhague, y la de Havana Club, en La Habana.

Aunque el motivo principal de la visita era fotografiar cada rincón de la bodega, atendí con mucho interés a las explicaciones de la guía, quien, por otra parte, asumió que estuviéramos más preocupados por nuestras cámaras fotográficas.

Lo que más me llamó la atención del recinto fue la sala de barricas, una estructura espectacular debido a las bóvedas subterráneas. Sin duda, la parte más atractiva de la visita, al menos desde el punto de vista fotográfico.

Al finalizar el recorrido, la guía nos enseñó el proceso que se ha de seguir para catar el vino. Cómo se debe agarrar la copa, remover el vino, distinguir las diferencias de colores a contraluz, oler, y por último, beber un pequeño sorbo.

Fue el colofón a una entretenida e instructiva tarde en la Bodega Otazu. Lástima que no me guste el vino…

jueves, 27 de noviembre de 2008

Rincones de Pamplona




Cuando me enteré de que el Ayuntamiento de Pamplona había convocado el XII Concurso de Fotografía Rincones de Pamplona, decidí presentarme.

Cogí mi cámara y salí a la calle, dispuesto a recorrerme toda la ciudad, ya que, aunque tenía una ligera idea sobre lo que quería fotografiar, nunca sabes dónde ni cuándo puedes encontrar una fotografía ganadora.

Salí de mi piso, en el barrio de Iturrama, y me dirigí en primer lugar hacia el Casco Antiguo. Saqué unas fotos en la Plaza del Castillo y otras en diferentes calles emblemáticas de la zona, tales como Jarauta o Mercaderes. Sin embrago, no salieron tan bien como me esperaba. Creía que esta preciosa parte de la ciudad iba a ‘facilitarme’ panorámicas más espectaculares, no tanto en lo que a los edificios hace referencia, sino en cuanto a rincones propiamente dichos: lugares no tan conocidos pero igualmente destacables.

Desde ahí me acerqué a Carlos III. Aunque también aproveché para sacar varias fotos, en la mayoría no aparecían más que los comercios que inundan esta calle peatonal. Lo que mejor se veía reflejado era la profundidad de campo, insuficiente en cualquier caso como para aspirar a ganar el concurso.

Me detuve bastante tiempo en la relativamente nueva escultura de los mozos corriendo delante de los toros en el encierro de San Fermín. Hice fotos desde diferentes puntos de vista, de tal forma que variase el fondo de la fotografía y diferentes detalles de la escultura en los que me quise centrar. También jugué con el zoom, acercando y alejando el motivo a fotografiar.

Tras acabar el trabajo por esta zona, tomé rumbo a la Ciudadela pasando previamente por el parque de la Taconera. Aunque los animales parecían dispuestos a posar, no se apreciaban lo suficientemente cerca como para elegir esas fotografías.

Tras unas panorámicas generales de la Ciudadela y otras de detalles más concretos, quise centrarme en la hilera de árboles de hojas amarillas que forman una interminable fila en la Vuelta del Castillo. Para sacar esta secuencia de fotografías, probé a colocar la cámara a diferentes alturas, todas ellas muy cercanas al suelo. El efecto que quería conseguir así era que apareciesen algunas hierbas sueltas en primer plano y los árboles al fondo. El contraste cromático de verdes y amarillos producía un bonito efecto.

Cuando llegué a mi piso, pasé todas las fotos del día al ordenador y seleccioné las tres (era el número límite que se podía presentar) que más me gustaban. Fui a una tienda de fotografía para que me las hicieran a un tamaño determinado, el exigido en el certamen. Y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí, al ir a recogerlas horas después, que se habían equivocado en el tamaño.

Era jueves por la tarde, y como el plazo para presentar los trabajos finalizaban el sábado por la mañana, no me daba tiempo a volver a sacarlas a papel, teniendo en cuenta que el viernes por la tarde volvía a casa para pasar el fin de semana.

Fue una pena, pero al final no me presenté. Probablemente no hubiese ganado ningún premio, pero tras haber hecho todo el trabajo previo, me hacía ilusión probar suerte. En fin. Otra vez será.

martes, 25 de noviembre de 2008

Bodegón






Es lunes por la noche. Acabo de llegar a casa. Hace más de nueve horas que salí del apartamento de Liverpool donde he estado los últimos días. Entre trenes, metros y aviones… Y la eterna espera en el aeropuerto. Y eso que no hemos acumulado ni un solo minuto de retraso en ninguno de los trayectos parciales. Tampoco a la ida.

He pasado unos días fenomenales en esta acogedora ciudad. De turismo y visitando a un amigo. Y como guinda, yendo a Anfield Road a presenciar el Liverpool-Fulham, gracias a las entradas que él mismo nos proporcionó. Lástima el 0-0. Pero ya estoy de vuelta. Hay que ‘cambiar el chip’. Se hace difícil. Lo último que me apetece en estos momentos es sacar fotografías a un frutero. Pero es lo que toca. El trabajo es para mañana.

Así que me pongo manos a la obra. Voy a la cocina y pruebo diferentes combinaciones. Con más frutas; con menos frutas. Con otros utensilios de cocina; sin otros utensilios de cocina. Con una luz u otra. Desde diferentes ángulos. Hago lo mismo en el salón.

Las paso al ordenador y selecciono seis fotos. Sí, creo que son las mejores. Me pongo a escribir esta reflexión adicional. Espero que se me perdone que sea más corta que en anteriores entradas. Pero no puedo dejar de pensar en Liverpool. Acabo de volver y ya lo echo de menos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Muerte de un Miliciano (Robert Capa)

“Si tus fotos no son lo suficientemente buenas es que no te has acercado lo suficiente”. Esta popular frase es atribuida al fotógrafo Robert Capa, cuyo verdadero nombre era Ernö Andrei Friedmann. Nacido en Budapest, Hungría, el 22 de octubre de 1913, fue considerado el más famoso corresponsal gráfico de guerra del siglo XX.

En 1947 creó, junto con los fotógrafos Henri Cartier-Bresson, Rodger, Vandiver y David Seymour, la agencia Magnum Photos, donde Capa realizó un gran trabajo fotográfico, no solo en escenarios de guerra sino también en el mundo artístico.

En 1954, encontrándose en Japón visitando a unos amigos de antes de la guerra, fue llamado por la revista Life para reemplazar a otro fotógrafo en Vietnam, durante la Primera Guerra de Indochina. En la madrugada del 25 de mayo, mientras acompañaba a una expedición del ejército francés por una espesa zona boscosa, pisó una mina y murió, terminando así una azarosa vida profesional. Sólo tenía 40 años.
Al estallar la Guerra Civil española en julio de 1936, Capa se trasladó a España para cubrir los principales acontecimientos de la contienda. Implicado en la lucha antifascista y con la causa de la República, estuvo presente, desde ese lado, en los principales frentes de combate. Siempre en primera línea, es mundialmente famosa su fotografía Muerte de un Miliciano, tomada en Cerro Muriano, a unos 13 kilómetros de Córdoba, el 5 de septiembre de 1936. Hoy en día, cerca de Pozoblanco debe de haber una estatua metálica con la silueta del miliciano, que recuerda el lugar aproximado donde ocurrió. Aproximado pero no exacto, porque por lo visto allí hay ahora un campo de golf.


Todo el mundo ha visto alguna vez esta famosa foto, titulada originalmente Death of a Loyalist Soldier, aunque también se la conoce a veces simplemente como Falling Soldier. Se publicó inicialmente en la revista francesa Vu, el 23 de septiembre de 1936, y meses después volvió a ser reproducida por Life.

El protagonista de la fotografía era el miliciano anarcosindicalista Federico Borrell García, alias ‘Taino’, nacido en Alcoy 24 años atrás. Fue molinero y formó parte de la Columna Alcoyana que en los inicios de la guerra marchó al frente cordobés contra Franco y en defensa de la República de trabajadores.

La instantánea encierra una historia compleja y controvertida, ya que hay quien sostiene que se trata de un montaje. A mediados de la década de los 70 aparecieron las primeras líneas de investigación que así lo consideraban. De esta misma opinión son también algunos estudiosos de la obra de Capa que, citando archivos históricos de la Guerra Civil, aseguran que ‘Taino’ había muerto efectivamente ese 5 de septiembre de 1936, pero en un enfrentamiento por la tarde, tras la sesión fotográfica matinal.

La otra versión sostiene, por el contrario, que Capa captó el momento preciso en el que el miliciano falleció. Según estos últimos, aquélla fue una mañana tranquila en el frente de batalla. Capa aprovechó la ocasión para organizar una sesión de fotos con un grupo de soldados leales a la República, y tomó una secuencia de imágenes atravesando una trinchera. En ese momento, mientras Borrell avanzaba, se vieron envueltos por fuego real de ametralladoras, fruto de una ofensiva enemiga. Un ataque por sorpresa. La misma sorpresa que mantuvo ‘clavados’ los pies de Borrell, calzados con alpargatas, al terreno. No estaba preparado para atacar ni para defenderse. No esperaba la muerte.

Y es que, dada su postura, resulta evidente que no estaba listo para el combate. No parece estar corriendo en el momento de ser alcanzado, ni haber sostenido el rifle en posición de disparo o asalto.

Entre los muchos estudios realizados que corroboran esta teoría, uno de los más sorprendentes es el que se centra en la postura de la mano izquierda del miliciano abatido. Según explican, el gesto es imposible de simular, puesto que reproduce la posición exacta que los músculos adquirirían en una persona que cae herida de muerte.



¿Realidad o ficción? Las muchas dudas que durante tanto tiempo han perseguido a esta famosa foto parecen disiparse en Londres, donde una exposición sugiere estos días que no hubo ni trampa ni cartón.

Titulada ¡Esto es la guerra! Robert Capa trabajando, la muestra, que podrá visitarse hasta el 25 de enero del año próximo, aporta nuevas fotos que prueban la autenticidad de la muerte del miliciano, si bien todo apunta a que fue más un accidente que el trágico desenlace de una batalla.

El caso es que el día de la muerte del miliciano, Capa sacó en Cerro Muriano 40 instantáneas. 72 años después, las 40 fotos, perdidas hasta hace poco en la caótica herencia del fotógrafo y descubiertas en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York, fundado por el hermano menor de Capa, trazan en Londres la secuencia que aclara qué sucedió antes y qué después de la singular foto de Federico Borrell García.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Entrevistas

"Valoro mucho poder hacer lo que quieres y estar creyéndote lo que haces"

Ramón Salaverría Aliaga (Burgos, 1970) es profesor de Periodismo en la Universidad de Navarra. Dirige el Departamento de Proyectos Periodísticos y el Laboratorio de Comunicación Multimedia (MMLab). Entre su extenso currículo destaca la publicación de diversos libros sobre ciberperiodismo, y que es autor del weblog http://www.e-periodistas.blogspot.com/. El Mundo lo incluyó el año pasado entre los 25 españoles más influyentes en la categoría de Internet. Además de todo esto, es mi asesor.

Pese a la carga de trabajo que suele ‘coleccionar’ en su despacho (o despachos, que ahora tiene dos), debido a sus múltiples responsabilidades, el pasado miércoles sacó media hora para contar su relación con la Universidad de Navarra.

¿Por qué te decantaste por la docencia?
Acabas de hacer una pregunta con historia. Cuando empecé a estudiar Periodismo ni se me ocurría terminar como profesor. Cursé la carrera desde 1988 hasta 1993. Hacia 1990 comencé a hacer prácticas en la Cadena SER, inicialmente en Radio Irún y luego en Radio San Sebastián. Acabé siendo el Responsable de Informativos de la SER en el País Vasco. Cuando iba a terminar la carrera en 1993, desde la universidad me propusieron una beca para poder hacer la tesis doctoral. Paralelamente, la SER me hizo una oferta para contratarme. Me lo pensé, y de palabra acepté la propuesta de la beca. Esto fue a finales de mayo. Celebramos la licenciatura el 12 de junio de ese año, y el sábado 19 de junio me estrellé con el coche. Eso me llevó a la UVI, donde estuve casi dos meses. Luego estuve otros dos meses en el hospital y 15 de rehabilitación, con más de una docena de operaciones. Tuve que aprender a hablar, a andar, a comer, a todo. Cuando no se habían cumplido los 15 meses de la rehabilitación, a los seis o siete, sonó el teléfono de casa. Era de la universidad, recordándome que seguía en pie la oferta de la beca. Fue un detallazo, porque me la habían reservado hasta que me curase. Por otra parte, por prescripción facultativa me recomendaron que me tomara la vida con más calma. Como lo mejor que me venía era sentarme en una silla en una biblioteca y empezar a leer, es lo que hice. Me di cuenta de que aquello me encantaba. Terminé la tesis, me ofrecieron la posibilidad de continuar como profesor, y acepté.

Vaya, siento todo lo que has tenido que recordar. No tenía ni idea.
Pues ya ves. Por eso te he dicho que has hecho una pregunta con historia.

¿Y qué te hizo decidirte por la Universidad de Navarra?
En primer lugar, que estudié aquí. Entonces me di cuenta de que era el mejor sitio donde se podía estudiar Periodismo. Además, el ambiente de trabajo que hay aquí no lo hay en ningún otro sitio que yo conozca. De hecho, he tenido ofertas para marcharme a otras universidades y he dicho que no. Valoro mucho poder hacer lo que quieres y estar creyéndote lo que haces.

"El de periodista es un trabajo que te permite tocar diferentes ámbitos"

Ricardo Malumbres Díaz (Zaragoza, 1985) estudia Periodismo en la Universidad de Navarra. El curso pasado hizo 4º, y este año espera terminar la carrera, ya que sólo le quedan algunas asignaturas sueltas.
Mientras desayuna un café y un ‘pintxo’ en la cafetería de la Facultad de Comunicación, aclara cómo alguien que estudió el bachiller de Ciencias de la Salud puede terminar ejerciendo de periodista.

¿Por qué elegiste estudiar Periodismo?
Es una historia un poco larga, porque yo en realidad hice el bachiller de Ciencias de la Salud y empecé la carrera de Química en la Universidad de Zaragoza. Pero a mitad de curso vi que aquello no era lo mío y decidí dejar la carrera. Tuve un mes de dudas, no sabía qué hacer. Dudaba entre Periodismo y Ciencias Políticas. Mi madre me ayudó bastante a elegir, y como Periodismo es algo que me había interesado siempre, me decidí por ello.

Resulta paradójico que habiéndote encaminado hacia el área sanitaria, de pronto la dejes de lado para estudiar Periodismo.
Sí, es un cambio radical, todo el mundo me lo dice. Pero el de periodista es un trabajo que te permite tocar diferentes ámbitos, y eso me gusta.

Cuando ya tenías claro que querías cambiarte a Periodismo, ¿por qué elegiste la Universidad de Navarra?
La gente que sabía del tema me recomendó que fuese o a la Universidad Complutense de Madrid o a la Universidad de Navarra. Me dijeron que eran las dos mejores. Estuve mirando para ir a la Complutense pero no pude porque no me llegó la nota. Entonces me interesé por la Universidad de Navarra; en realidad prefería venir a estudiar a Pamplona que a Madrid, al estar más cerca de Zaragoza. Me informé bien, hice las pruebas de acceso y aquí estoy. Y a ver si por fin terminó la carrera, que ya es hora [risas].


"Tengo una suerte terrible"

Daniel Gurrea Rouzaut (Pamplona, 1985) también es estudiante de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, pero a diferencia de Ricardo, está matriculado en la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas. Lo que sí tiene en común con el aragonés es que este curso puede ser su último.

En un cambio de clase, y pese al poco tiempo disponible, explica pacientemente los motivos que le llevaron a querer ser publicista.

¿Por qué quisiste estudiar Publicidad y Relaciones Públicas?
Empecé estudiando L.A.D.E., pero no era lo mío. Me di cuenta de que lo que me gustaba era el marketing, y me metí en Publicidad porque era lo que más relación guardaba. Además, siempre me había atraído la creatividad y hacer trabajos, por lo que tenía claro que ésta era mi carrera. Y aunque hay que estudiar mucho, a lo que yo me quiero dedicar es a ser creativo. Para ello, éste es el camino.

¿Y qué te hizo decantarte por la Universidad de Navarra?
En primer lugar, que soy de Pamplona, y me daba un poco de pereza tener que irme fuera a estudiar. Aquí tengo a mi familia, que me hace todo; aunque haya sonado un poco a vago no lo soy [risas]. Y en segundo lugar, que es un privilegio tener la oportunidad de estudiar aquí, en una de las mejores facultades de España. Tengo una suerte terrible.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Reflejando reflejos







Estas fotografías tienen una complejidad añadida por el hecho de no apuntar directamente al objeto sino a su reflejo. Se ha de andar con mucho cuidado para que salga en la foto únicamente aquello que se busca.

Pero, por otra parte, si salen bien, pueden convertirse en auténticas obras de arte. Eso buscábamos en esta práctica los tres componentes de mi grupo. Y, aunque sin poder llegar a definirlas como tal, hemos quedado contentos con el resultado.

La pasada semana pensamos en cómo podíamos hacer fotos originales con esta temática. E intentamos concretar un poco más la tarea. Se nos ocurrieron diferentes alternativas: reflejos de casas, de espejos interiores, reflejos en el agua… Finalmente nos decantamos por la primera opción, pero con matices.

Para el fin de semana teníamos la misión de fotografiar reflejos de edificios, de tal forma que diese la impresión de que esos edificios estaban partidos o a punto de derruirse. Teníamos la ventaja, además, de que al ser de tres ciudades diferentes, nos podía quedar un trabajo variado y original.

Las dos instantáneas iniciales pertenecen a dos emblemáticos y relativamente nuevos edificios de Bilbao: la nueva sede de Osakidetza y el Museo Guggenheim. Llama la atención especialmente la primera, que debido a sus curvas imposibles parece presentarnos el corazón de la capital vizcaína como si de un cuadro abstracto se tratase. La del museo no es tan espectacular, pero consigue mostrar el contraste entre la pequeña ventana y la inmensidad de la fachada con los paneles de titanio.

El segundo grupo de fotografías está sacado en Pamplona. En ellas aparece un bloque de casas que parece tambalearse, reflejado en el edificio de Hacienda; y otra torre alta, muy curiosa, con una imponente cristalera en su fachada. Este segundo inmueble está situado cerca de la sede de Comisiones Obreras y del Hotel Avenida. Lo que se aprecia es una hilera de diferentes bloques de viviendas, que parecen formar una irregular construcción.

Las últimas fotos pertenecen a Zaragoza. La iglesia de San Miguel reflejada en un portal y una novedosa vista de un patio interior reflejado en un cucharón cierran nuestro trabajo. Da la sensación de que el patio adquiere la forma del cubierto y se convierte en redondo. Hemos incluido esta última imagen para evidenciar que no sólo se pueden encontrar buenos reflejos en las grandes construcciones, sino que hasta con utensilios de cocina se puede convertir la fotografía en arte.

En definitiva, con estas seis instantáneas hemos querido jugar con los efectos ópticos. Edificios deformados y otros rotos en mil pedazos no son más que una de las muchas posibilidades que ofrece la vida observada desde el visor de una cámara de fotos.

lunes, 20 de octubre de 2008

Gánese a los clientes para que mantengan su fidelidad







Autor: Antonio Argandoña
Profesor del IESE
Universidad de Navarra
Fecha: 28 de abril de 2008
Publicado en: Expansión (Madrid)
Me gusta ir prevenido por la vida: soy de los que se llevan dos libros en los viajes; uno para leer en el puente aéreo, y otro por si el retraso del avión es superior al normal. No me gusta ser cenizo, pero me parece que muchas empresas mirarían el futuro con más optimismo si hubiesen sido previsoras. Por eso, voy a dar algunos consejos a empresarios que no me los piden. Cuando se empieza a ver las orejas al lobo, una buena práctica es diseñar un escenario negativo, pensar cómo nos encontraremos en él y, si el resultado de este ejercicio no es agradable, empezar a pensar qué podemos hacer para salir de él o, mejor aún, para no caer en él.
Estamos ante una pérdida de ritmo que tiene componentes financieros importantes, porque empieza con el agotamiento de un ciclo expansivo marcado por el dinero abundante y barato y se afianza con una crisis financiera, generada fuera de nuestras fronteras, pero que nos está afectando. El peligro para nuestras empresas es financiero: la no generación de los fondos necesarios para hacer frente no ya a las inversiones, sino ni siquiera a los gastos ordinarios. Y esto puede deberse a factores externos -el crédito es más escaso, más caro y más difícil-, pero, sobre todo, a factores internos al negocio.
Las señales de alarma son bien conocidas. Una caída de las ventas y un incremento de la morosidad: los ingresos caen. Por tanto, los gastos de estructura crecen por encima de las ventas y el endeudamiento progresa más aprisa que las operaciones. Y pronto se sumarán los factores externos: los proveedores pondrán mala cara a la hora de servirnos y los bancos nos pedirán la devolución de los créditos o se negarán a ampliarlos.
¿Qué podemos hacer en una coyuntura como ésta? Lo primero es reconocer la situación: “Houston, tenemos un problema”. Hay que poner cifras a ese problema: para eso están los balances y las cuentas de resultados provisionales: diseñar escenarios alternativos bajo distintos supuestos, más o menos pesimistas. Y prepararse para lo peor: el plan de emergencia tiene que contemplar una situación verdaderamente difícil, de modo que, a partir de ahí, lo que vaya a ocurrir nunca sea tan grave. El lema debe ser dar prioridad a la liquidez. Reducir los gastos o tener previstos qué gastos vamos a reducir cuándo, en qué cuantía y por qué medios; desinvertir, redimensionar activos, aunque esto puede ser difícil de implementar. Si hace falta, buscar nuevas aportaciones de capital -aún no es tarde para encontrar alguien a quien tentar-, pensar en una fusión o en una venta total o parcial del negocio…
Ya he mencionado otras veces las variables importantes: coste del crédito, disponibilidad de los bancos, evolución de los mercados financieros; perspectivas del empleo y su repercusión sobre las decisiones de gasto de las familias: indicadores de demanda y de consumo, porque por ahí vendrá el contagio de unos sectores a otros. Apóyese en el sector exterior, porque está aguantando bastante bien. Gánese a los clientes para que mantengan su fidelidad: vaya a verlos, hable con ellos, cuénteles sus proyectos, ofréceles algo más que precios bajos… Hable con su banco, pero no espere a tener que decirle que no le puede devolver el crédito. En la crisis hipotecaria norteamericana que empezó el año pasado, una queja unánime de las entidades crediticias fue que los deudores no fueron pronto a contarles sus problemas, lo que impidió el diseño de soluciones apropiadas. No espere soluciones mágicas del Gobierno y no pierda el tiempo lamentándose.

lunes, 6 de octubre de 2008

1.000 fotos, 1.000 historias

Son las nueve de la mañana. He amanecido relativamente tarde porque los jueves no tengo clase. Miro el despertador y aprecio un objeto digno de fotografiar. Nunca me había dado cuenta hasta ahora, pero el, en ocasiones, tan odiado despertador de mi cuarto resulta bastante interesante por su forma. Primera foto del día.

Me incorporo suavemente y miro el espejo que tengo enfrente de la cama. Ocupa toda la superficie de una ancha pared de mi habitación. Pienso en que ya es hora de cambiar el pijama de verano por el de invierno y me saco varias fotos a través del reflejo del espejo. Sigo fotografiando diferentes elementos del cuarto, como la mesa, la silla, la estantería, los armarios, la mesilla y la puerta. Me desnudo para meterme a la ducha. Será mejor que la cámara descanse media hora.

Cuando termino de vestirme salgo a la calle para realizar algunas compras. En primer lugar me dirijo a la estación de autobuses, para sacar el billete con el que poder volver el fin de semana a Bilbao. Por el camino atravieso la Ciudadela. Además de los típicos encuadres generales de tan grandiosa construcción, hago otros de rincones menos conocidos pero igualmente atractivos. Tengo la suerte de encontrarme un precioso pájaro negro, blanco y azul. Logro fotografiarlo por detrás, pero cuando me muevo para captar su parte delantera, el animal se asusta y sale volando. Lástima.

Al llegar a la estación, enfoco a la muchedumbre que hay fuera esperando un autobús de línea. Alguno se me queda mirando con cara de pocos amigos. Otros parecen estar a gusto posando. Disparo y entro a comprar el billete. Dentro hay bastantes zonas dignas de ser captadas por una cámara de fotos. Al salir, presto especial atención a las escaleras mecánicas, frecuentadas por viajeros. Gente subiendo y bajando. Bonito contraste.

Con el primer recado hecho, me dirijo ahora a hacer una pequeña compra al supermercado. Una panorámica general de la calle transitada de peatones es la primera foto que saco de esta zona. Otras las hago a los coches que más me gustan entre los que están aparcados cerca. Entro al supermercado y continúo con mi trabajo antes de coger los productos que había ido a comprar. Los primeros planos de las verduras y de las frutas son mis imágenes favoritas de todas las que me proporciona este recinto.

Tras realizar la segunda tarea, sólo me queda una más: cambiar la batería de mi teléfono móvil, que ya no me dura nada. Como veo que hay mucha gente en la tienda, sigo sacando fotos, en este caso de las calles colindantes. También hago algunas de edificios, que hasta ahora no había captado. Pruebo a hacer de vehículos en movimiento, por aquello de saber captar la velocidad. Creo que le cojo el truco rápidamente.

Con todos los recados hechos, vuelvo al piso sin dejar de fijarme en objetos que pueda fotografiar. Mi ‘locura’ llega hasta tal punto que me pongo a sacar fotos a papeleras sin ton ni son. “Ya se me pasará”, me digo esperanzado. O no. “Si llego a las 1.000 fotos hoy, como espero hacer, creo que se me van a quitar las ganas de seguir con esto de la fotografía”, pienso de broma.

Al subir al piso sigo con mi objetivo de llegar a esa cantidad en un solo día. Creo que llevo un buen ritmo teniendo en cuenta que aún no ha llegado la hora de comer. Cuando estoy preparando la comida aprovecho para fotografiar los utensilios de la cocina. Cubiertos, cazuelas, trapos y bandejas se llevan la mayoría del protagonismo. Muchas de las fotos son primeros planos, a los que estoy cogiendo especial cariño. Pienso sobre ello y llego a la conclusión de que, pese a que se pierda la perspectiva general, tiene mucha fuerza por los detalles que se pueden percibir, normalmente inapreciables para el ojo humano en el día a día cotidiano.

Después de alimentarme bien, me siento en el sofá para ver un rato la televisión, que también acaba siendo fotografiada desde bastantes puntos de vista. Me tomo un respiro hasta las seis de la tarde, hora en la que vuelvo a salir a la calle para continuar con mi misión. En esta ocasión, la mayoría de los afortunados por salir en mis fotografías son los árboles, quienes se convierten en los protagonistas de la tarde, al igual que en el primer trabajo de este blog.

Llego a casa de noche, a la hora de cenar. Con bastante hambre, por cierto. Los paseos matutino y vespertino me han abierto el apetito. Mis compañeros de piso ya están cocinando. Aprovecho para retratarles a los tres.

Antes de acostarme apuro para sacar alguna más de la calle desde diferentes ventanas del piso. Afuera está todo oscuro, parece la boca del lobo, por lo que decido dar por concluida la misión. Cada una de las fotos que he sacado a lo largo de todo el día esconden una historia detrás. Si no he llegado a las 1.000 (fotos e historias), cerca habré andado. Misión cumplida.

domingo, 5 de octubre de 2008

De fotos por el Mercado de Santo Domingo







Nunca había estado en el Mercado de Santo Domingo de Pamplona hasta la pasada semana. Hasta el miércoles por la mañana. Fui con dos amigos de la Facultad y resultó ser una experiencia bonita.

Iba con el objetivo de obtener instantáneas de los diferentes puestos y para intentar reflejar también el ajetreo de la gente, tanto de los compradores como de los vendedores. Era, por tanto, una labor más complicada de lo que supuso la primera sesión fotográfica, ya que el árbol ni se movía ni ponía ningún impedimento para ser retratado.

Algunos tenderos no se quejaron al sentirse objetivo de mi cámara. Es más, en alguna ocasión parecían incluso posar. No sé si será casualidad o no, pero principalmente fueron las mujeres las que adoptaron esta postura. Otro colectivo, sin embargo, me lanzó miradas amenazantes y hubo quien llegó a reprocharme que le hiciera fotos. Como no era plan de buscar problemas en un territorio en el que tenía las de perder, no insistí con la gente que se sintió molesta. Dentro de este grupo está el hombre que capto en una de estas seis fotografías, que con un gesto serio parece querer salir de plano. No lo consiguió a tiempo.

Tras un par de horas dando vueltas por la zona y fotografiando cada rincón, salimos. La última foto que hice fue la que aquí aparece al final. En ella se ve el mercado desde una calle en obras. Llama la atención el señor que parece seguir la evolución de la excavación de forma tan interesada pero tranquila a la vez.

Cuando llegué a mi piso revisé en el ordenador todas las fotografías realizadas aquella mañana, ya que en la pequeña pantalla de la cámara no se pueden apreciar en todo su esplendor. Algunas presentaban primeros planos de alimentos que resultaban bastante apetecibles; también había las que daban una visión general del mercado; y otras, desgraciadamente, quedaban desfiguradas por una inoportuna intromisión de alguien en medio de la foto. Pero estas últimas eran minoría. Menos mal.

En definitiva, acabé contento con este segundo trabajo. Resultó una motivación extra saber captar el movimiento en el siempre concurrido Mercado de Santo Domingo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

'Mi árbol'







La gente que no sabe euskera me pregunta qué significa mi nombre. Aritz. Les suena a chino. Yo les explico que se traduce al castellano como ‘roble’. Un tipo de árbol. Sinónimo de fortaleza. Por eso se emplea la comparación “duro como un roble”. No sé si es por cómo me llamo, pero desde pequeño me han gustado los árboles. Verlos y fotografiarlos.

En la Tierra hay miles de millones de árboles. Cada cual tiene sus particularidades. Ninguno es igual que otro. Pero si tuviese que elegir uno lo tendría claro: el que hay en el jardín de debajo de mi casa. No es el más alto, ni el más viejo, ni el más espectacular del mundo. Tampoco el más bonito. Ni un roble. Pero es el ‘mío’.



Siempre lo he sentido así. No sólo porque esté plantado en un terreno que pertenece a mi comunidad de vecinos, sino también por todas las horas de ocio que he vivido a su lado. Aunque únicamente sea debido a este romanticismo, me he decantado por fotografiar este árbol y no otro.

Pasé muchísimas horas de mi infancia jugando a fútbol en ese parque. Siempre con el árbol de testigo. Incluso se llevó algún que otro balonazo fortuito. A día de hoy, varios años después del último partido, el árbol sigue aparentemente igual, como si no hubiese pasado el tiempo por él. Parece que se mantiene a la espera de que volvamos a bajar para seguir siendo testigo de aquellos interminables partidos después de clase.

Pero ya no se repetirán. Al menos con nosotros de protagonistas. Todos los vecinos que nos juntábamos nos hemos hecho demasiado mayores como para seguir dando patadas a un balón en un recinto tan pequeño. Además, algunos nos hemos ido a estudiar fuera, a otros ha dejado de interesarles el fútbol… Aunque no estaría mal volvernos a juntar para recordar esa época.

Desde que dejamos de jugar nosotros, el parque apenas se utiliza. Ninguna generación ha cogido nuestro testigo. Y es una pena. Ya no se respira esa vida propia que adquiría el parque cuando todos los chavales del vecindario quedábamos para jugar al volver del colegio. Ahora está un poco olvidado. Y con él, ‘mi árbol’.

Tal vez sea debido a ese silencioso abandono. O tal vez sólo sean imaginaciones mías. El caso es que al bajar a sacarle las fotos, he visto más hojas secas que la última vez. Pese al sol reinante, que ha querido sumarse al homenaje fotográfico, las ramas no podían ocultar un estado cada vez más envejecido del anciano árbol.

Espero que no se descuide del todo la atención que merece. Es un viejo tesoro que merece la pena conservar. Aunque solamente sea porque ha visto crecer a toda una generación de vecinos. Porque se ha convertido en el símbolo del parque. El árbol. ‘Mi árbol’.