miércoles, 22 de octubre de 2008

Reflejando reflejos







Estas fotografías tienen una complejidad añadida por el hecho de no apuntar directamente al objeto sino a su reflejo. Se ha de andar con mucho cuidado para que salga en la foto únicamente aquello que se busca.

Pero, por otra parte, si salen bien, pueden convertirse en auténticas obras de arte. Eso buscábamos en esta práctica los tres componentes de mi grupo. Y, aunque sin poder llegar a definirlas como tal, hemos quedado contentos con el resultado.

La pasada semana pensamos en cómo podíamos hacer fotos originales con esta temática. E intentamos concretar un poco más la tarea. Se nos ocurrieron diferentes alternativas: reflejos de casas, de espejos interiores, reflejos en el agua… Finalmente nos decantamos por la primera opción, pero con matices.

Para el fin de semana teníamos la misión de fotografiar reflejos de edificios, de tal forma que diese la impresión de que esos edificios estaban partidos o a punto de derruirse. Teníamos la ventaja, además, de que al ser de tres ciudades diferentes, nos podía quedar un trabajo variado y original.

Las dos instantáneas iniciales pertenecen a dos emblemáticos y relativamente nuevos edificios de Bilbao: la nueva sede de Osakidetza y el Museo Guggenheim. Llama la atención especialmente la primera, que debido a sus curvas imposibles parece presentarnos el corazón de la capital vizcaína como si de un cuadro abstracto se tratase. La del museo no es tan espectacular, pero consigue mostrar el contraste entre la pequeña ventana y la inmensidad de la fachada con los paneles de titanio.

El segundo grupo de fotografías está sacado en Pamplona. En ellas aparece un bloque de casas que parece tambalearse, reflejado en el edificio de Hacienda; y otra torre alta, muy curiosa, con una imponente cristalera en su fachada. Este segundo inmueble está situado cerca de la sede de Comisiones Obreras y del Hotel Avenida. Lo que se aprecia es una hilera de diferentes bloques de viviendas, que parecen formar una irregular construcción.

Las últimas fotos pertenecen a Zaragoza. La iglesia de San Miguel reflejada en un portal y una novedosa vista de un patio interior reflejado en un cucharón cierran nuestro trabajo. Da la sensación de que el patio adquiere la forma del cubierto y se convierte en redondo. Hemos incluido esta última imagen para evidenciar que no sólo se pueden encontrar buenos reflejos en las grandes construcciones, sino que hasta con utensilios de cocina se puede convertir la fotografía en arte.

En definitiva, con estas seis instantáneas hemos querido jugar con los efectos ópticos. Edificios deformados y otros rotos en mil pedazos no son más que una de las muchas posibilidades que ofrece la vida observada desde el visor de una cámara de fotos.

lunes, 20 de octubre de 2008

Gánese a los clientes para que mantengan su fidelidad







Autor: Antonio Argandoña
Profesor del IESE
Universidad de Navarra
Fecha: 28 de abril de 2008
Publicado en: Expansión (Madrid)
Me gusta ir prevenido por la vida: soy de los que se llevan dos libros en los viajes; uno para leer en el puente aéreo, y otro por si el retraso del avión es superior al normal. No me gusta ser cenizo, pero me parece que muchas empresas mirarían el futuro con más optimismo si hubiesen sido previsoras. Por eso, voy a dar algunos consejos a empresarios que no me los piden. Cuando se empieza a ver las orejas al lobo, una buena práctica es diseñar un escenario negativo, pensar cómo nos encontraremos en él y, si el resultado de este ejercicio no es agradable, empezar a pensar qué podemos hacer para salir de él o, mejor aún, para no caer en él.
Estamos ante una pérdida de ritmo que tiene componentes financieros importantes, porque empieza con el agotamiento de un ciclo expansivo marcado por el dinero abundante y barato y se afianza con una crisis financiera, generada fuera de nuestras fronteras, pero que nos está afectando. El peligro para nuestras empresas es financiero: la no generación de los fondos necesarios para hacer frente no ya a las inversiones, sino ni siquiera a los gastos ordinarios. Y esto puede deberse a factores externos -el crédito es más escaso, más caro y más difícil-, pero, sobre todo, a factores internos al negocio.
Las señales de alarma son bien conocidas. Una caída de las ventas y un incremento de la morosidad: los ingresos caen. Por tanto, los gastos de estructura crecen por encima de las ventas y el endeudamiento progresa más aprisa que las operaciones. Y pronto se sumarán los factores externos: los proveedores pondrán mala cara a la hora de servirnos y los bancos nos pedirán la devolución de los créditos o se negarán a ampliarlos.
¿Qué podemos hacer en una coyuntura como ésta? Lo primero es reconocer la situación: “Houston, tenemos un problema”. Hay que poner cifras a ese problema: para eso están los balances y las cuentas de resultados provisionales: diseñar escenarios alternativos bajo distintos supuestos, más o menos pesimistas. Y prepararse para lo peor: el plan de emergencia tiene que contemplar una situación verdaderamente difícil, de modo que, a partir de ahí, lo que vaya a ocurrir nunca sea tan grave. El lema debe ser dar prioridad a la liquidez. Reducir los gastos o tener previstos qué gastos vamos a reducir cuándo, en qué cuantía y por qué medios; desinvertir, redimensionar activos, aunque esto puede ser difícil de implementar. Si hace falta, buscar nuevas aportaciones de capital -aún no es tarde para encontrar alguien a quien tentar-, pensar en una fusión o en una venta total o parcial del negocio…
Ya he mencionado otras veces las variables importantes: coste del crédito, disponibilidad de los bancos, evolución de los mercados financieros; perspectivas del empleo y su repercusión sobre las decisiones de gasto de las familias: indicadores de demanda y de consumo, porque por ahí vendrá el contagio de unos sectores a otros. Apóyese en el sector exterior, porque está aguantando bastante bien. Gánese a los clientes para que mantengan su fidelidad: vaya a verlos, hable con ellos, cuénteles sus proyectos, ofréceles algo más que precios bajos… Hable con su banco, pero no espere a tener que decirle que no le puede devolver el crédito. En la crisis hipotecaria norteamericana que empezó el año pasado, una queja unánime de las entidades crediticias fue que los deudores no fueron pronto a contarles sus problemas, lo que impidió el diseño de soluciones apropiadas. No espere soluciones mágicas del Gobierno y no pierda el tiempo lamentándose.

lunes, 6 de octubre de 2008

1.000 fotos, 1.000 historias

Son las nueve de la mañana. He amanecido relativamente tarde porque los jueves no tengo clase. Miro el despertador y aprecio un objeto digno de fotografiar. Nunca me había dado cuenta hasta ahora, pero el, en ocasiones, tan odiado despertador de mi cuarto resulta bastante interesante por su forma. Primera foto del día.

Me incorporo suavemente y miro el espejo que tengo enfrente de la cama. Ocupa toda la superficie de una ancha pared de mi habitación. Pienso en que ya es hora de cambiar el pijama de verano por el de invierno y me saco varias fotos a través del reflejo del espejo. Sigo fotografiando diferentes elementos del cuarto, como la mesa, la silla, la estantería, los armarios, la mesilla y la puerta. Me desnudo para meterme a la ducha. Será mejor que la cámara descanse media hora.

Cuando termino de vestirme salgo a la calle para realizar algunas compras. En primer lugar me dirijo a la estación de autobuses, para sacar el billete con el que poder volver el fin de semana a Bilbao. Por el camino atravieso la Ciudadela. Además de los típicos encuadres generales de tan grandiosa construcción, hago otros de rincones menos conocidos pero igualmente atractivos. Tengo la suerte de encontrarme un precioso pájaro negro, blanco y azul. Logro fotografiarlo por detrás, pero cuando me muevo para captar su parte delantera, el animal se asusta y sale volando. Lástima.

Al llegar a la estación, enfoco a la muchedumbre que hay fuera esperando un autobús de línea. Alguno se me queda mirando con cara de pocos amigos. Otros parecen estar a gusto posando. Disparo y entro a comprar el billete. Dentro hay bastantes zonas dignas de ser captadas por una cámara de fotos. Al salir, presto especial atención a las escaleras mecánicas, frecuentadas por viajeros. Gente subiendo y bajando. Bonito contraste.

Con el primer recado hecho, me dirijo ahora a hacer una pequeña compra al supermercado. Una panorámica general de la calle transitada de peatones es la primera foto que saco de esta zona. Otras las hago a los coches que más me gustan entre los que están aparcados cerca. Entro al supermercado y continúo con mi trabajo antes de coger los productos que había ido a comprar. Los primeros planos de las verduras y de las frutas son mis imágenes favoritas de todas las que me proporciona este recinto.

Tras realizar la segunda tarea, sólo me queda una más: cambiar la batería de mi teléfono móvil, que ya no me dura nada. Como veo que hay mucha gente en la tienda, sigo sacando fotos, en este caso de las calles colindantes. También hago algunas de edificios, que hasta ahora no había captado. Pruebo a hacer de vehículos en movimiento, por aquello de saber captar la velocidad. Creo que le cojo el truco rápidamente.

Con todos los recados hechos, vuelvo al piso sin dejar de fijarme en objetos que pueda fotografiar. Mi ‘locura’ llega hasta tal punto que me pongo a sacar fotos a papeleras sin ton ni son. “Ya se me pasará”, me digo esperanzado. O no. “Si llego a las 1.000 fotos hoy, como espero hacer, creo que se me van a quitar las ganas de seguir con esto de la fotografía”, pienso de broma.

Al subir al piso sigo con mi objetivo de llegar a esa cantidad en un solo día. Creo que llevo un buen ritmo teniendo en cuenta que aún no ha llegado la hora de comer. Cuando estoy preparando la comida aprovecho para fotografiar los utensilios de la cocina. Cubiertos, cazuelas, trapos y bandejas se llevan la mayoría del protagonismo. Muchas de las fotos son primeros planos, a los que estoy cogiendo especial cariño. Pienso sobre ello y llego a la conclusión de que, pese a que se pierda la perspectiva general, tiene mucha fuerza por los detalles que se pueden percibir, normalmente inapreciables para el ojo humano en el día a día cotidiano.

Después de alimentarme bien, me siento en el sofá para ver un rato la televisión, que también acaba siendo fotografiada desde bastantes puntos de vista. Me tomo un respiro hasta las seis de la tarde, hora en la que vuelvo a salir a la calle para continuar con mi misión. En esta ocasión, la mayoría de los afortunados por salir en mis fotografías son los árboles, quienes se convierten en los protagonistas de la tarde, al igual que en el primer trabajo de este blog.

Llego a casa de noche, a la hora de cenar. Con bastante hambre, por cierto. Los paseos matutino y vespertino me han abierto el apetito. Mis compañeros de piso ya están cocinando. Aprovecho para retratarles a los tres.

Antes de acostarme apuro para sacar alguna más de la calle desde diferentes ventanas del piso. Afuera está todo oscuro, parece la boca del lobo, por lo que decido dar por concluida la misión. Cada una de las fotos que he sacado a lo largo de todo el día esconden una historia detrás. Si no he llegado a las 1.000 (fotos e historias), cerca habré andado. Misión cumplida.

domingo, 5 de octubre de 2008

De fotos por el Mercado de Santo Domingo







Nunca había estado en el Mercado de Santo Domingo de Pamplona hasta la pasada semana. Hasta el miércoles por la mañana. Fui con dos amigos de la Facultad y resultó ser una experiencia bonita.

Iba con el objetivo de obtener instantáneas de los diferentes puestos y para intentar reflejar también el ajetreo de la gente, tanto de los compradores como de los vendedores. Era, por tanto, una labor más complicada de lo que supuso la primera sesión fotográfica, ya que el árbol ni se movía ni ponía ningún impedimento para ser retratado.

Algunos tenderos no se quejaron al sentirse objetivo de mi cámara. Es más, en alguna ocasión parecían incluso posar. No sé si será casualidad o no, pero principalmente fueron las mujeres las que adoptaron esta postura. Otro colectivo, sin embargo, me lanzó miradas amenazantes y hubo quien llegó a reprocharme que le hiciera fotos. Como no era plan de buscar problemas en un territorio en el que tenía las de perder, no insistí con la gente que se sintió molesta. Dentro de este grupo está el hombre que capto en una de estas seis fotografías, que con un gesto serio parece querer salir de plano. No lo consiguió a tiempo.

Tras un par de horas dando vueltas por la zona y fotografiando cada rincón, salimos. La última foto que hice fue la que aquí aparece al final. En ella se ve el mercado desde una calle en obras. Llama la atención el señor que parece seguir la evolución de la excavación de forma tan interesada pero tranquila a la vez.

Cuando llegué a mi piso revisé en el ordenador todas las fotografías realizadas aquella mañana, ya que en la pequeña pantalla de la cámara no se pueden apreciar en todo su esplendor. Algunas presentaban primeros planos de alimentos que resultaban bastante apetecibles; también había las que daban una visión general del mercado; y otras, desgraciadamente, quedaban desfiguradas por una inoportuna intromisión de alguien en medio de la foto. Pero estas últimas eran minoría. Menos mal.

En definitiva, acabé contento con este segundo trabajo. Resultó una motivación extra saber captar el movimiento en el siempre concurrido Mercado de Santo Domingo.