Son las nueve de la mañana. He amanecido relativamente tarde porque los jueves no tengo clase. Miro el despertador y aprecio un objeto digno de fotografiar. Nunca me había dado cuenta hasta ahora, pero el, en ocasiones, tan odiado despertador de mi cuarto resulta bastante interesante por su forma. Primera foto del día.
Me incorporo suavemente y miro el espejo que tengo enfrente de la cama. Ocupa toda la superficie de una ancha pared de mi habitación. Pienso en que ya es hora de cambiar el pijama de verano por el de invierno y me saco varias fotos a través del reflejo del espejo. Sigo fotografiando diferentes elementos del cuarto, como la mesa, la silla, la estantería, los armarios, la mesilla y la puerta. Me desnudo para meterme a la ducha. Será mejor que la cámara descanse media hora.
Cuando termino de vestirme salgo a la calle para realizar algunas compras. En primer lugar me dirijo a la estación de autobuses, para sacar el billete con el que poder volver el fin de semana a Bilbao. Por el camino atravieso la Ciudadela. Además de los típicos encuadres generales de tan grandiosa construcción, hago otros de rincones menos conocidos pero igualmente atractivos. Tengo la suerte de encontrarme un precioso pájaro negro, blanco y azul. Logro fotografiarlo por detrás, pero cuando me muevo para captar su parte delantera, el animal se asusta y sale volando. Lástima.
Al llegar a la estación, enfoco a la muchedumbre que hay fuera esperando un autobús de línea. Alguno se me queda mirando con cara de pocos amigos. Otros parecen estar a gusto posando. Disparo y entro a comprar el billete. Dentro hay bastantes zonas dignas de ser captadas por una cámara de fotos. Al salir, presto especial atención a las escaleras mecánicas, frecuentadas por viajeros. Gente subiendo y bajando. Bonito contraste.
Con el primer recado hecho, me dirijo ahora a hacer una pequeña compra al supermercado. Una panorámica general de la calle transitada de peatones es la primera foto que saco de esta zona. Otras las hago a los coches que más me gustan entre los que están aparcados cerca. Entro al supermercado y continúo con mi trabajo antes de coger los productos que había ido a comprar. Los primeros planos de las verduras y de las frutas son mis imágenes favoritas de todas las que me proporciona este recinto.
Tras realizar la segunda tarea, sólo me queda una más: cambiar la batería de mi teléfono móvil, que ya no me dura nada. Como veo que hay mucha gente en la tienda, sigo sacando fotos, en este caso de las calles colindantes. También hago algunas de edificios, que hasta ahora no había captado. Pruebo a hacer de vehículos en movimiento, por aquello de saber captar la velocidad. Creo que le cojo el truco rápidamente.
Con todos los recados hechos, vuelvo al piso sin dejar de fijarme en objetos que pueda fotografiar. Mi ‘locura’ llega hasta tal punto que me pongo a sacar fotos a papeleras sin ton ni son. “Ya se me pasará”, me digo esperanzado. O no. “Si llego a las 1.000 fotos hoy, como espero hacer, creo que se me van a quitar las ganas de seguir con esto de la fotografía”, pienso de broma.
Al subir al piso sigo con mi objetivo de llegar a esa cantidad en un solo día. Creo que llevo un buen ritmo teniendo en cuenta que aún no ha llegado la hora de comer. Cuando estoy preparando la comida aprovecho para fotografiar los utensilios de la cocina. Cubiertos, cazuelas, trapos y bandejas se llevan la mayoría del protagonismo. Muchas de las fotos son primeros planos, a los que estoy cogiendo especial cariño. Pienso sobre ello y llego a la conclusión de que, pese a que se pierda la perspectiva general, tiene mucha fuerza por los detalles que se pueden percibir, normalmente inapreciables para el ojo humano en el día a día cotidiano.
Después de alimentarme bien, me siento en el sofá para ver un rato la televisión, que también acaba siendo fotografiada desde bastantes puntos de vista. Me tomo un respiro hasta las seis de la tarde, hora en la que vuelvo a salir a la calle para continuar con mi misión. En esta ocasión, la mayoría de los afortunados por salir en mis fotografías son los árboles, quienes se convierten en los protagonistas de la tarde, al igual que en el primer trabajo de este blog.
Llego a casa de noche, a la hora de cenar. Con bastante hambre, por cierto. Los paseos matutino y vespertino me han abierto el apetito. Mis compañeros de piso ya están cocinando. Aprovecho para retratarles a los tres.
Antes de acostarme apuro para sacar alguna más de la calle desde diferentes ventanas del piso. Afuera está todo oscuro, parece la boca del lobo, por lo que decido dar por concluida la misión. Cada una de las fotos que he sacado a lo largo de todo el día esconden una historia detrás. Si no he llegado a las 1.000 (fotos e historias), cerca habré andado. Misión cumplida.
Me incorporo suavemente y miro el espejo que tengo enfrente de la cama. Ocupa toda la superficie de una ancha pared de mi habitación. Pienso en que ya es hora de cambiar el pijama de verano por el de invierno y me saco varias fotos a través del reflejo del espejo. Sigo fotografiando diferentes elementos del cuarto, como la mesa, la silla, la estantería, los armarios, la mesilla y la puerta. Me desnudo para meterme a la ducha. Será mejor que la cámara descanse media hora.
Cuando termino de vestirme salgo a la calle para realizar algunas compras. En primer lugar me dirijo a la estación de autobuses, para sacar el billete con el que poder volver el fin de semana a Bilbao. Por el camino atravieso la Ciudadela. Además de los típicos encuadres generales de tan grandiosa construcción, hago otros de rincones menos conocidos pero igualmente atractivos. Tengo la suerte de encontrarme un precioso pájaro negro, blanco y azul. Logro fotografiarlo por detrás, pero cuando me muevo para captar su parte delantera, el animal se asusta y sale volando. Lástima.
Al llegar a la estación, enfoco a la muchedumbre que hay fuera esperando un autobús de línea. Alguno se me queda mirando con cara de pocos amigos. Otros parecen estar a gusto posando. Disparo y entro a comprar el billete. Dentro hay bastantes zonas dignas de ser captadas por una cámara de fotos. Al salir, presto especial atención a las escaleras mecánicas, frecuentadas por viajeros. Gente subiendo y bajando. Bonito contraste.
Con el primer recado hecho, me dirijo ahora a hacer una pequeña compra al supermercado. Una panorámica general de la calle transitada de peatones es la primera foto que saco de esta zona. Otras las hago a los coches que más me gustan entre los que están aparcados cerca. Entro al supermercado y continúo con mi trabajo antes de coger los productos que había ido a comprar. Los primeros planos de las verduras y de las frutas son mis imágenes favoritas de todas las que me proporciona este recinto.
Tras realizar la segunda tarea, sólo me queda una más: cambiar la batería de mi teléfono móvil, que ya no me dura nada. Como veo que hay mucha gente en la tienda, sigo sacando fotos, en este caso de las calles colindantes. También hago algunas de edificios, que hasta ahora no había captado. Pruebo a hacer de vehículos en movimiento, por aquello de saber captar la velocidad. Creo que le cojo el truco rápidamente.
Con todos los recados hechos, vuelvo al piso sin dejar de fijarme en objetos que pueda fotografiar. Mi ‘locura’ llega hasta tal punto que me pongo a sacar fotos a papeleras sin ton ni son. “Ya se me pasará”, me digo esperanzado. O no. “Si llego a las 1.000 fotos hoy, como espero hacer, creo que se me van a quitar las ganas de seguir con esto de la fotografía”, pienso de broma.
Al subir al piso sigo con mi objetivo de llegar a esa cantidad en un solo día. Creo que llevo un buen ritmo teniendo en cuenta que aún no ha llegado la hora de comer. Cuando estoy preparando la comida aprovecho para fotografiar los utensilios de la cocina. Cubiertos, cazuelas, trapos y bandejas se llevan la mayoría del protagonismo. Muchas de las fotos son primeros planos, a los que estoy cogiendo especial cariño. Pienso sobre ello y llego a la conclusión de que, pese a que se pierda la perspectiva general, tiene mucha fuerza por los detalles que se pueden percibir, normalmente inapreciables para el ojo humano en el día a día cotidiano.
Después de alimentarme bien, me siento en el sofá para ver un rato la televisión, que también acaba siendo fotografiada desde bastantes puntos de vista. Me tomo un respiro hasta las seis de la tarde, hora en la que vuelvo a salir a la calle para continuar con mi misión. En esta ocasión, la mayoría de los afortunados por salir en mis fotografías son los árboles, quienes se convierten en los protagonistas de la tarde, al igual que en el primer trabajo de este blog.
Llego a casa de noche, a la hora de cenar. Con bastante hambre, por cierto. Los paseos matutino y vespertino me han abierto el apetito. Mis compañeros de piso ya están cocinando. Aprovecho para retratarles a los tres.
Antes de acostarme apuro para sacar alguna más de la calle desde diferentes ventanas del piso. Afuera está todo oscuro, parece la boca del lobo, por lo que decido dar por concluida la misión. Cada una de las fotos que he sacado a lo largo de todo el día esconden una historia detrás. Si no he llegado a las 1.000 (fotos e historias), cerca habré andado. Misión cumplida.
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